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viernes, 27 de septiembre de 2013

de Giacomo Leopardi Canto XII. El infinito (Versión I)


de Giacomo Leopardi
Canto XII. El infinito (Versión I)

Amé siempre esta colina,
Y el cerco que me impide ver
Más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
Los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
Me encuentro con mis pensamientos,
Y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
Y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
Me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
La realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
Y naufrago dulcemente en este mar.

Adoración de Manuel María Flores


Adoración
de Manuel María Flores
Buscaba mi alma con afán tu alma,
Buscaba yo la virgen que mi frente
Tocaba con su labio dulcemente
En el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella
Que en sueño me visita desde niño,
Para partir con ella mi cariño,
Para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo
Sin ver a Dios se siente su presencia,
Yo presentí en el mundo tu existencia,
Y, como a Dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo
La dulce compañera de mi suerte,
Muy lejos yo de ti, sin conocerte
En la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿En dónde iba a encontrarte? Lo ignoraba;
Pero tu imagen dentro el alma estaba,
Más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré... tú eras ángel
Compañero ideal de mi desvelo,
La casta virgen de mirar de cielo
Y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos
Sus miradas magnéticas cruzaron,
Sin buscarse, las manos se encontraron
Y nos dijimos "te amo" sin hablar

Un sonrojo purísimo en tu frente,
Algo de palidez sobre la mía,
Y una sonrisa que hasta Dios subía...
Así nos comprendimos... nada más.

¡Amémonos, mi bien! En este mundo
Donde lágrimas tantas se derraman,
Las que vierten quizá los que se aman
Tienen yo no sé que de bendición,

Dos corazones en dichoso vuelo;
¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas
Amar es ver el entreabierto cielo
Y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento
En la fragancia del Edén perdido;
Amar es... amar es llevar herido
Con un dardo celeste el corazón.

Es tocar los dinteles de la gloria,
Es ver tus ojos, escuchar tu acento,
En el alma sentir el firmamento
Y morir a tus pies de adoración.

Adiós



Nombre: Manuel María Flores
Lugar y fecha nacimiento: San Andrés Chalchicomula, Puebla (México), 1840
Lugar y fecha defunción: México D.F. (México), 1885 (45 años)


Adiós
Adiós para siempre, mitad de mi vida,
Un alma tan sólo teníamos los dos;
Mas hoy es preciso que esta alma divida
La amarga palabra del último adiós.

¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso
Que pasa la vida cual pasa la flor?
Cruzamos el mundo como aves de paso...
Mañana la tumba, ¿por qué hoy el dolor?

¿La dicha secreta de dos que se adoran
Enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
¿Tan sólo son gratas las almas que lloran
Al torvo destino?... ¿La ley es morir?...

¿Quién es el destino?... Te arroja a mis brazos,
En mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
Y bárbaro luego me arranca a pedazos
El alma y la vida contigo... ¿por qué?

Adiós... es preciso. No llores... y parte.
La dicha de vernos nos quitan no más;
Pero un solo instante dejar de adorarte,
Hacer que te olvide, ¿lo pueden? ¡Jamás!

Con lazos eternos nos hemos unido;
En vano el destino nos hiere a los dos...
¡Las almas que se aman no tienen olvido,
No tienen ausencia, no tienen adiós!

sábado, 21 de septiembre de 2013

ROMANCE DE LA VIUDA ENAMORADA!..-RAFAEL DE LEON.


Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.

Por qué te querré tanto?
Por qué viniste a mi senda?
Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?

Ay, que montaña de amor
tengo sobre mi cabeza!
Ay, que río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

Yo estaba en mis campos hondos,
allí en Castilla la Vieja
durmiéndome entre molinos
y coplas rubias de siega,
y era mi vida una noria
monótona y polvorienta.

Mis hijos venían del campo,
con sus camisas abiertas,
y en el pulso de sus hombros
reclinaba mi cabeza.
Así, un día y otro día,
allí en Castilla la Vieja...

Una tarde ( por los nardos
subía la primavera... ).
Una tarde, vi tu sombra
que venía por la senda
dentro de un traje de pana,
tres vueltas de faja negra
y una voz dura y redonda
lo mismo que una pulsera.

-Buenas tardes, ¿hay trabajo?
-Sí-  te dije toda llena
de un escalofrío lento
que me sacudió las venas
y me quitó de encima
diez años de vida muerta,
bordando en mi enagua oscura
una rosa dulce y tierna.

-Está bien-  fueron tus gracias,
y, doblando la chaqueta
te sentaste a mi lado
en el borde de la senda.

Vive este amor de silencio
y entre silencio se quema,
en una angustia de horas
y en un sigilo de puertas.
El pueblo ya lo murmura
en una copla que rueda
todo el día por el campo
y de noche en la taberna.

Dicen que si soy viuda
y sacan el muerto a cuestas;
dicen, que si por mis hijos
me debía dar vergüenza...
Dicen, tantas cosas, tantas,
que las paredes se llenan
de vidrios y maldiciones
y hasta a veces de blasfemias.

Mi hijo el mayor (veinte años,
dulce y moreno), con pena,
me habló esta mañana: -Madre,
ese traje no te sienta,
ni esas flores, ni ese pelo,
ni ese pañuelo de hierbas...
Yo no me atreví a mirarlo,
y me sentí muy pequeña,
como si fuese mi madre
la que hablándome estuviera.

-Por nosotros, tu no debes
vestirte de esa manera...

¡Ay, por vosotros! Os di
todo el trigo de mi era;
todavía de vosotros
mi cintura tiene huellas.
¡Sangre mía que anda y vive
y a mí me va haciendo vieja!
¿Pero es que yo ya no tengo
derecho a querer? ¿Qué ciega
ley me prohíbe que al sol
deje mis rosas abiertas?
¿Y que me mire al espejo,
y que me vista de fiesta,
y que en mi jardín antiguo
florezca la primavera?...

¡Quiero y quiero y quiero y quiero!
Están en flor mis macetas;
diez ruiseñores heridos
cantan amor en mis venas,
y me duele la garganta,
y está mi voz hecha piedra
de tanto decir: "Te quiero
como a ninguno quisiera!"

¡Ay, qué montaña de amor
tengo sobre la cabeza!

¡Ay, qué río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

¡Canten, hablen, cuenten, digan,
pueblo, niños, hombres, viejas...
que yo de tanto quererle
no sé si estoy viva o muerta!



RAFAEL DE LEON.