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viernes, 28 de junio de 2013

NOCTURNO Poemas de: Juan Ramón Jiménez

Pintura de Brenda Burke 


NOCTURNO

Poemas de:Juan Ramón Jiménez

A G. Martínez Sierra 

Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores están lejos;
y mi alma que se muere de tristeza,
de nostalgia y de recuerdos,
se sumía fatigada
en la bruma de los sueños.

Esta tarde han florecido
los vergeles de los cielos;
los crepúsculos pasados fueron grises
cual monótonos crepúsculos de invierno.
Esta tarde renació la primavera:
los velados horizontes descubrieron
sus aldeas indecisas;
hubo rosas y violetas en lo azul del firmamento,
hubo magia fabulosa de colores y de esencias;
fue un crepúsculo de aquellos
de las dulces primaveras que mi alma
ve vagar en sus recuerdos.

En la nada flotó un algo de profundas transparencias
y los giros de las brisas, un momento
dibujáronse temblando;
una onda ensombrecía los misterios
de la tarde...
En el cielo religioso
las estrellas del crepúsculo entreabrieron;
y mi alma se perdió en la vaga bruma
de los últimos jardines melancólicos y quietos...

Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores están lejos.

He entreabierto mi balcón:
por oriente ya la luna va naciendo;
las fragantes madreselvas
dan al aire de la noche las unciones de sus frescos
y balsámicos perfumes;
están tristes los luceros.
En mi oído vibra el ritmo de las voces que se aman.
Me da horror de estar a solas con mi cuerpo...
El silencio me contagia;
estoy mudo..., en mis labios no hay acentos...
Me parece que no hay nadie sobre el mundo,
Me parece que mi cuerpo
se agiganta; siento frío, tengo fiebre,
en la sombra me amenazan mil espectros...

He sentido que la vida se ha apagado
sólo viven los latidos de mi pecho:
es que el mundo está en mi alma;
las ciudades son ensueños...

Sólo turba la quietud solemne y honda
el temblor de los diamantes de los cielos.
Estoy solo con mi alma
que se muere de tristeza, de nostalgia y de recuerdos.

¿A quién cuento mis pesares?
Me da miedo de turbar este silencio
con sollozos. ¡Si escuchara algún suspiro!
¡Mis amores están lejos!

Por los árboles henchidos de negruras
hay terrores de unos monstruos soñolientos,
de culebras colosales arrolladas
y alacranes gigantescos;
y parece que del fondo de las sendas
unos hombres enlutados van saliendo...
Los jardines están llenos de visiones;
hay visiones en mi alma..., siento frío,
estoy solo, tengo sueño...
Los recuerdos se amontonan en mi mente,
los suavísimos recuerdos
de las tardes que me dieron sus colores,
sus esencias y sus besos.
¡Son tan dulces esas tardes de la tierra!,
(¡ah, las tardes de los cielos!)

Ya la luna amarillenta
va subiendo.
Mis pupilas, anegadas por el llanto,
se han cuajado de luceros.
Siento frío...¡Quién pudiera
dormitar eternamente en su ensueño,
olvidarse de la tierra
y perderse en lo infinito de los cielos!
Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas;
estoy solo; mis amores están lejos...

LAS TARDES DE ENERO Poemas de: Juan Ramón Jiménez


Elvira Amrhein



LAS TARDES DE ENERO

 Poemas de:
                         Juan Ramón Jiménez

Va cayendo la noche: La bruma
ha bajado a los montes el cielo:
Una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.
¡Cómo cae la bruma en en alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!
En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.
Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.
Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.
La nostalgia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio,
Y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.
Los jardines se mueren de frío;
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.
¡Como cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!
¡Cuantas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!

¡QUÉ TRISTEZA DE OLOR A JAZMÍN!-Poemas de: Juan Ramón Jiménez




¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.

En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.

La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.

¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes... Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.

La memoria divina - GABRIELA MISTRAL

Pintura de Isabel Guerra 

La memoria divina

GABRIELA MISTRAL

Si me dais una estrella,
y me la abandonáis, desnuda ella
entre la mano, no sabré cerrarla
por defender mi nacida alegría.
Yo vengo de una tierra
donde no se perdía.

Si me encontráis la gruta
maravillosa, que como una fruta
tiene entraña purpúrea y dorada, 
y hace inmensa de asombro la mirada,
no cerraré la gruta
ni a la serpiente ni a la luz del día,
que vengo de una tierra
donde no se perdía.

Si vasos me alargaseis,
de cinamomo y sándalo, capaces
de aromar las raíces de la tierra
y de parar el viento cuando yerra,
a cualquier playa los confiaría,
que vengo de un país
donde no se perdía.

Tuve la estrella viva en mi regazo,
y entera ardí como un tendido ocaso.
Tuve también la gruta en que pendía
el sol, y donde no acababa el día.
Y no supe guardarlos,
ni entendía que oprimirlos era amarlos.
Dormí tranquila sobre su hermosura
y sin temblor bebía en su dulzura.

Y los perdí, sin grito de agonía,
que vengo de una tierra
en donde el alma eterna no perdía. 







sábado, 22 de junio de 2013

Arbolé, arbolé... FEDERICO GARCÍA LORC

Pintura de Chelin  Sanjuan

Arbolé, arbolé...
FEDERICO GARCÍA LORCA

Arbolé, arbolé
seco y verde. 

La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas.
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
"Vente a Granada, muchacha."
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espada de plata antigua.
"Vente a Sevilla, muchacha."
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
"Vente a Granada, muchacha."
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura. 

Arbolé arbolé
seco y verde. 




De: Canciones



Canción del jinete FEDERICO GARCÍA LORCA

Pintura de Arthur Braguisky

Canción del jinete
FEDERICO GARCÍA LORCA

Córdoba. 
Lejana y sola. 

Jaca negra, luna grande, 
y aceitunas en mi alforja. 
Aunque sepa los caminos 
yo nunca llegaré a Córdoba. 

Por el llano, por el viento, 
jaca negra, luna roja. 
La muerte me está mirando 
desde las torres de Córdoba. 

¡Ay qué camino tan largo! 
¡Ay mi jaca valerosa! 
¡Ay que la muerte me espera, 
antes de llegar a Córdoba! 

Córdoba. 
Lejana y sola.



De: Canciones



Lecho de helechos OCTAVIO PAZ

Pintura de Lucio Amitano 

Lecho de helechos

OCTAVIO PAZ


En el fin del mundo, frente a un paisaje de ojos inmensos, adormecidos pero aún chisporroteantes, aún destellantes, me miras con tu mirada última —la mirada que pierde cielo—. La playa se cubre de miradas absortas, escamas resplandecientes. Se retira la ola de oro líquido. Tendida sobre la lava que huye, eres un gran témpano lunar que enfila hacia el ay, un pedazo de estrella que cintila en la boca del cráter. En tu lecho vertiginoso te enciendes y apagas. Tu caída me arrastra, oh herida que parpadea, oh círculo que cierra sus pestañas, oh negrura que se abre, despeñadero en cuyo fondo nace un astro de hielo. Desde tu caer me contemplas con tu primer mirada —la mirada que pierde suelo—. Y tu mirar se prende al mío. Te sostienen en vilo mis ojos, como la luna a la marea encendida. A tus pies la espuma degollada canta el canto de la noche que empieza. 



IV ¿Águila o Sol? de Libertad bajo palabra. 




Oración por la belleza de una muchacha DÁMASO ALONSO


Pintura Emanuel Garant

Oración por la belleza de una muchacha
DÁMASO ALONSO

Tú le diste esa ardiente simetría 
de los labios, con brasa de tu hondura, 
y en dos enormes cauces de negrura, 
simas de infinitud, luz de tu día;

esos bultos de nieve, que bullía 
al soliviar del lino la tersura, 
y, prodigios de exacta arquitectura, 
dos columnas que cantan tu armonía.

Ay, tú, Señor, le diste esa ladera 
que en un álabe dulce se derrama, 
miel secreta en el humo entredorado.

¿A qué tu poderosa mano espera? 
Mortal belleza eternidad reclama. 
¡Dale la eternidad que le has negado!




lunes, 17 de junio de 2013

El cielo que es azul -JORGE GUILLÉN





Pintor Julio Romero de Torre 

El cielo que es azul
JORGE GUILLÉN


La acumulación triunfal 
en la mañana festiva 
hinche de celeste azul 
la blancura de la brisa 
¡Florestas, giros, suspiros 
en islas a la deriva! 
Pies desnudos trazan vados 
entre todas las orillas 
que junio fomenta, verdes, 
liberales y garridas. 
Y los aros de los niños 
fatalmente multiplican 
ondas de gracia sobrante, 
para dioses todavía. 
¡Tanta claridad levantan 
las horas de arena fría! 
Los enamorados buscan, 
buscan una maravilla. 
¡Qué bien por el río bogan! 
¡Al mar! Ya el mar los hechiza. 
Pero los cielos difusos 
luces agudas enviscan. 
Caballos corren, caballos 
perseguidos por las dichas. 
¡Vientos esbeltos! Sus ángeles, 
que un frescor de costa guía, 
aman a muchachas blancas, 
blancas, ¡pleamar divina! 
Pleamar también del mar 
corvo de animal delicia: 
obstinación de querencia, 
turnos de monotonía, 
pero en ápice de crisis 
que tiende choques en chispas 
al azul, aunque celeste, 
vivacísimo en la brisa. 
¡Júbilo, júbilo, júbilo! 
y rinde todas sus cimas 
—¡fuerza de festividad!—
todo el resplandor del día. 


De: Cántico



Sueño del marinero RAFAEL ALBERTI

Pintor Alexander  Montoya

Sueño del marinero


RAFAEL ALBERTI

Yo, marinero, en la ribera mía, 
posada sobre un cano y dulce río 
que da su brazo a un mar de Andalucía, 

sueño en ser almirante de navío, 
para partir el lomo de los mares, 
al sol ardiente y a la luna fría. 

¡Oh los yelos de! sur! ¡Oh las polares 
islas de! norte! ¡Blanca primavera, 
desnuda y yerta sobre los glaciares, 

cuerpo de roca y alma de vidriera. 
¡Oh estío tropical, rojo, abrasado, 
bajo el plumero azul de la palmera! 

Mi sueño, por el mar condecorado, 
va sobre su bajel, firme, seguro, 
de una verde sirena enamorado, 

concha del agua allá en su seno oscuro. 
¡Arrójame a las ondas, marinero: 
—Sirenita de! mar, yo te conjuro! 

Sal. de tu gruta, que adorarte quiero, 
sal de tu gruta, virgen sembradora, 
a sembrarme en el pecho tu lucero! 

Ya está flotando el cuerpo de la aurora 
en la bandeja azul del océano 
y la cara del cielo se colora 

de carmín. Deja el vidrio de tu mano 
disuelto en la alba urna de mi frente, 
alga de nácar, cantadora en vano 

bajo el vergel azul de la corriente. 
¡Gélidos desposorios submarinos, 
con el ángel barquero del relente 

y la luna del agua por padrinos! 
El mar, la tierra, el aire, mi sirena, 
surcaré atado a los cabellos finos 

y verdes de tu álgida melena. 
Mis gallardetes blancos enarbola, 
¡oh marinero!, ante la aurora llena 

¡Y ruede por el mar tu caracola! 



De: Marinero en tierra


El pastor más triste-BALTASAR DEL ALCÁZAR

Pintor Pascal Shove

El pastor más triste

BALTASAR DEL ALCÁZAR


El pastor más triste,
que en el valle y sierra
pace su ganado
la fragante yerba,
con lágrimas dice,
a la causa de ellas,
sus ansias mortales,
que mucho le aquejan:

Morena bella
tóquete de mi fuego
una centella.

Del alado dios
un rayo te encienda,
pues al de tus ojos
no hallo defensas,
aunque para verte
en ceniza vuelva
lo que más deseo
y menos deseas.

Morena bella
tóquete de mi fuego
una centella.

Me llamas Belisa,
más falso que Eneas,
y sin conocerme
por tal me condenas;
a otro cielo adoro,
fáltame la tierra;
y el de tu hermosura
me falta en ausencia.

Morena bella
tóquete de mi fuego
una centella.

La luz de tu rostro,
que tus ojos ciega,
destierre del mío
las tristes tinieblas;
hasta que te ablandes
crezcan mis endechas,
crezcan mis suspiros,
mis lágrimas crezcan.

Morena bella
tóquete de mi fuego
una centella.

Y que cuando caigan
de las altas sierras
las oscuras sombras
de la noche negra,
hacia su majada
el pastor da vuelta,
y en el monte y valle
el eco resuena:

Morena bella
tóquete de mi fuego
una centella.




domingo, 16 de junio de 2013

Mujer con alcuza- DÁMASO ALONSO



Mujer con alcuza
DÁMASO ALONSO


¿Adónde va esa mujer, 
arrastrándose por la acera, 
ahora que ya es casi de noche, 
con la alcuza en la mano? 

Acercaos: no nos ve. 
Yo no sé qué es más gris, 
si el acero frío de sus ojos, 
si el gris desvaído de ese chal 
con el que se envuelve el cuello y la cabeza, 
o si el paisaje desolado de su alma. 

Va despacio, arrastrando los pies, 
desgastando suela, desgastando losa, 
pero llevada 
por un terror 
oscuro, 
por una voluntad 
de esquivar algo horrible. 

Sí, estamos equivocados. 
Esta mujer no avanza por la acera 
de esta ciudad, 
esta mujer va por un campo yerto, 
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes, 
y tristes caballones, 
de humana dimensión, de tierra removida, 
de tierra 
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó, 
entre abismales pozos sombríos, 
y turbias simas súbitas, 
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza. 

Oh sí, la conozco. 
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, 
en un tren muy largo; 
ha viajado durante muchos días 
y durante muchas noches: 
unas veces nevaba y hacía mucho frío, 
otras veces lucía el sol y sacudía el viento 
arbustos juveniles 
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas. 

Y ella ha viajado y ha viajado, 
mareada por el ruido de la conversación, 
por el traqueteo de las ruedas 
y por el humo, por el olor a nicotina rancia. 
¡Oh!: 
noches y días, 
días y noches, 
noches y días, 
días y noches, 
y muchos, muchos días, 
y muchas, muchas noches. 

Pero el horrible tren ha ido parando 
en tantas estaciones diferentes, 
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban, 
ni los sitios, 
ni las épocas. 

Ella 
recuerda sólo 
que en todas hacía frío, 
que en todas estaba oscuro, 
y que al partir, al arrancar el tren 
ha comprendido siempre 
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta, 
ha sentido siempre 
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla, 
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma, 
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo, 
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir. 
Pero las lúgubres estaciones se alejaban, 
y ella se asomaba frenética a las ventanillas, 
gritando y retorciéndose, 
solo 
para ver alejarse en la infinita llanura 
eso, una solitaria estación, 
un lugar 
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico 
por una cruz 
bajo las estrellas. 

Y por fin se ha dormido, 
sí, ha dormitado en la sombra, 
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones, 
por gritos ahogados y empañadas risas, 
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas, 
sólo rasgadas de improviso 
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche, 
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas, 
...aún mareada por el humo del tabaco. 

Y ha viajado noches y días, 
sí, muchos días, 
y muchas noches. 
Siempre parando en estaciones diferentes, 
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también, 
ay, 
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada, 
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables. 

...No ha sabido cómo. 
Su sueño era cada vez más profundo, 
iban cesando, 
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor: 
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras, 
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche. 
Y luego nada. 
Solo la velocidad, 
solo el traqueteo de maderas y hierro 
del tren, 
solo el ruido del tren. 

Y esta mujer se ha despertado en la noche, 
y estaba sola, 
y ha mirado a su alrededor, 
y estaba sola, 
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, 
de un vagón a otro, 
y estaba sola, 
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, 
a algún empleado, 
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento, 
y estaba sola, 
y ha gritado en la oscuridad, 
y estaba sola, 
y ha preguntado en la oscuridad, 
y estaba sola, 
y ha preguntado 
quién conducía, 
quién movía aquel horrible tren. 
Y no le ha contestado nadie, 
porque estaba sola, 
porque estaba sola. 
Y ha seguido días y días, 
loca, frenética, 
en el enorme tren vacío, 
donde no va nadie, 
que no conduce nadie. 

...Y esa es la terrible, 
la estúpida fuerza sin pupilas, 
que aún hace que esa mujer 
avance y avance por la acera, 
desgastando la suela de sus viejos zapatones, 
desgastando las losas, 
entre zanjas abiertas a un lado y otro, 
entre caballones de tierra, 
de dos metros de longitud, 
con ese tamaño preciso 
de nuestra ternura de cuerpos humanos. 
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza), 
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita, 
como si caminara surcando un trigal en granazón, 
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces, 
de cercanas cruces, 
de cruces lejanas. 

Ella, 
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más, 
se inclina, 
va curvada como un signo de interrogación, 
con la espina dorsal arqueada 
sobre el suelo. 
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera, 
como si se asomara por la ventanilla 
de un tren, 
al ver alejarse la estación anónima 
en que se debía haber quedado? 
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro 
sus recuerdos de tierra en putrefacción, 
y se le tensan tirantes cables invisibles 
desde sus tumbas diseminadas? 
¿O es que como esos almendros 
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta, 
conserva aún en el invierno el tierno vicio, 
guarda aún el dulce álabe 
de la cargazón y de la compañía, 
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?



De: Los hijos de la ira



Mis prisiones-MANUEL ALTOLAGUIRRE

Pintura de Arthur  Braginski

Mis prisiones

MANUEL ALTOLAGUIRRE


Sentirse solo en medio de la vida 
casi es reinar, pero sentirse solo 
en medio del olvido, en el oscuro 
campo de un corazón, es estar preso, 
sin que siquiera una avecilla trine 
para darme noticias de la aurora.

Y el estar preso en varios corazones, 
sin alcanzar conciencia de cuál sea 
la verdadera cárcel de mi alma, 
ser el centro de opuestas voluntades, 
si no es morir, es envidiar la muerte.



De: Fin de un amor. 1919





Era mi dolor tan alto - MANUEL ALTOLAGUIRRE

Pintor Arthur Braginski

Era mi dolor tan alto

MANUEL ALTOLAGUIRRE


Era mi dolor tan alto 
que la puerta de la casa 
de donde salí llorando 
me llegaba a la cintura. 

¡Qué pequeños resultaban 
los hombres que iban conmigo! 
Crecí como una alta llama 
de tela blanca y cabellos. 

Si derribaran mi frente 
los toros bravos saldrían, 
luto en desorden, dementes, 
contra los cuerpos humanos. 

Era mi dolor tan alto, 
que miraba al otro mundo 
por encima del ocaso.